Comentario
Los últimos años del reinado de Felipe IV están dominados por las campañas militares contra Francia, que concluirán en 1659 con la Paz de los Pirineos, y contra Inglaterra, así como con las acciones emprendidas en Extremadura para recuperar Portugal. Sin embargo, lo que interesa destacar es el esfuerzo fiscal que se exige a los reinos peninsulares, en particular a Castilla. Los datos son incontrastables: Cataluña ofrece en 1662 un donativo de 725.196 libras y otro poco después de 50.000 libras para las fortificaciones del Principado; Zaragoza aporta diez mil hombres entre 1638 y 1652, aparte los mantenimientos, bagajes y alojamientos-; y las ciudades castellanas, no obstante la quiebra del sistema económico y financiero de la monarquía (suspensiones de pagos de 1647, 1652, 1660 y 1662; acuñación en 1662 de una moneda de vellón ligada con plata, con un valor facial muy superior al intrínseco), aprueban en las Cortes de 1656 un servicio extraordinario que provoca el descontento de los contribuyentes -se producen disturbios en Andalucía, La Rioja y Galicia entre 1656 y 1657-, al que le siguen la venta de oficios públicos, la concesión de un nuevo servicio de 600.000 escudos de vellón (1661), de un tercer uno por ciento (1661) y de un cuarto uno por ciento (1664), destinándose la recaudación de estos dos últimos impuestos a satisfacer a los hombres de negocios afectados por la suspensión de pagos decretada en 1662 y el Medio General de 1664. Un esfuerzo fiscal inútil, pues las armas españolas son derrotadas una y otra vez por los portugueses, sumiendo en la desesperación a Felipe IV, que en 1665 fallece sin haber logrado recuperar el reino luso.
El testamento de Felipe IV, que excluía al duque de Medina de las Torres y a Juan José de Austria de la Junta de Gobierno, a pesar de sus merecimientos, desencadenó de inmediato una campaña de propaganda dirigida sobre todo contra el nuevo privado de la reina, el padre Nithard. Los esfuerzos de la regente por alejar de la Corte a Juan José de Austria, a quien en junio de 1667 se había autorizado a incorporarse al Consejo de Estado, resultaron vanos, pues su objetivo -y el de ciertos sectores de la nobleza que le apoyaban, lo mismo que muchas ciudades de Castilla- iba encaminado a gobernar la monarquía, no tanto por ambición personal como por estar convencido de que era la única persona capaz de implantar las reformas económicas y fiscales que venían demandándose.
Pero ni el ideario político de Juan José de Austria era innovador ni el confesor de la reina carecía de proyectos, ya que en sus planes de gobierno figuraba sanear el sistema monetario, recortar el gasto público, reformar el procedimiento recaudatorio de las rentas ordinarias y rebajar la presión fiscal en Castilla, suprimiendo el servicio de millones que podía ser reemplazado por un impuesto que recayera sobre las familias según sus propiedades. Este programa, sin embargo, resultaba inviable, en parte porque la guerra con Francia exigía el concurso de los asentistas para proporcionar el caudal que necesitaba el ejército de Flandes.
La firma de la paz con Francia y Portugal en 1668 suscitó en el pueblo la creencia de que la Corona procedería en breve a rebajar las cargas fiscales. Pero aun cuando el 10 de diciembre de 1668 la Corona deroga el servicio de quiebra de millones, lo que suponía un pequeño alivio fiscal para los castellanos, Juan José de Austria se erige en portavoz de tales expectativas para atacar a Nithard, y el 1 de marzo de 1669, aparte de solicitar a la regente la destitución del confesor de todos sus cargos, propone sanear la hacienda real, distribuir con equidad las mercedes, proveer con acierto los cargos públicos y aliviar a los pueblos de contribuciones.
La actitud amenazadora en los alrededores de Madrid del ejército acaudillado por Juan José de Austria y reclutado en Cataluña y Aragón, junto con el descontento de una parte de la nobleza y del clero afectados por varias disposiciones fiscales -a la primera se exige en 1668 un donativo voluntario después de haber servido el año anterior con otro de carácter forzoso, y al segundo se le recarga, por Breve Apostólico de 12 de septiembre de 1668, el pago de los millones acrecentados de los que hasta entonces había estado exento-, obligan a Mariana de Austria a cesar al valido, ordenando su destierro. Lo que Juan José de Austria no consigue es acceder al gobierno de la monarquía, pues a instancias del conde de Peñaranda se le nombra Vicario General de la Corona de Aragón, debiendo desplazarse a Zaragoza, donde residirá hasta 1677.
La caída de Nithard, que no logró ver culminada una de sus empresas más queridas, la expulsión de la comunidad judía de Orán, decretada el 31 de octubre de 1668 después de un prolongado debate por espacio de casi dos años, y ejecutada el 31 de marzo de 1669, una vez enviados los refuerzos militares solicitados por el gobernador del presidio, no supuso, sin embargo, cambios radicales en el gobierno de la monarquía. La Junto de Alivios (marzo a julio de 1669), creada a instancias de Juan José de Austria para debatir las propuestas de las ciudades y de los arbitristas en orden a rebajar la presión fiscal, no consiguió reducir la deuda consolidada, imponer su proyecto de reforma monetaria o suprimir el servicio de millones, aunque sí logró que la Corona aprobase algunas de sus recomendaciones: perdonar todas las cantidades que se adeudaban a la hacienda por los donativos de 1625 a 1658, moderar en un tercio el repartimiento del servicio de ocho mil soldados y en cuatro puntos los intereses que pagaban los lugares por los préstamos recibidos, bajar a la mitad el valor de las sisas reales y municipales, y prohibir la venta de bienes comunales y las roturaciones de propios y baldíos de los pueblos.
Tales concesiones, por mínimas que fueran, demuestran el deseo de la regente y de la Junta de Gobierno de congraciarse con las ciudades castellanas, y explican, quizás, la cooperación que la Corona encontró en las oligarquías urbanas durante la mayor parte del reinado, a pesar de que no fueran convocadas en Cortes. Tampoco se celebraron Cortes en el Principado ni en Valencia, aunque sí en Aragón -en dos ocasiones, 1676 y 1684- y en Navarra, aquí con cierta periodicidad, lo que no fue óbice para que los reinos colaboraran con el monarca a través de los virreyes, de suerte que se ha hablado de un neoforalismo, de una nueva etapa en las relaciones entre el rey y el reino. Indudablemente, ambas partes procuraron no enfrentarse y buscaron el modo de minimizar sus diferencias. En Cataluña, por ejemplo, la Corona se abstuvo de exigir los quintos, pero los catalanes no recuperaron el control sobre los cargos del Consejo de Ciento y de la Diputación. En Aragón, Juan José de Austria ejecutó una política beneficiosa para el reino en la medida que atendió sus peticiones, llegando incluso a establecer una Junta Magna encargada de investigar el problema de las importaciones de tejidos franceses.
Entre 1670 y 1676 el alza espectacular de los precios, la guerra con Francia y el freno a las reformas fiscales, junto con la privanza de Fernando Valenzuela, en detrimento de la aristocracia, van creando un malestar creciente en Castilla, agravado por la rebelión de Mesina en 1674, un movimiento dirigido por la elite local, con el apoyo de Francia, contra la nobleza terrateniente de Palermo y los representantes de la Corona, que pone en peligro una vez más la estabilidad política en Italia y que finalmente será sofocada gracias a la marina holandesa. En los años 1675-1676 se desencadena asimismo un conflicto foral entre Aragón y Madrid a causa de la negativa de los ministros a convocar Cortes y a que se desplazara el monarca para jurar los fueros. Por si fuera poco, el 15 de diciembre de 1676 la aristocracia cortesana, que venía ausentándose de todos los actos a los que el valido acudía, como hiciera con Olivares, envía a la regente un manifiesto pidiendo la destitución de Fernando Valenzuela y el regreso a la Corte de Juan José de Austria para que tome las riendas del gobierno. Noticioso el príncipe de estos sucesos abandona Zaragoza al frente de un ejército y el 23 de enero de 1677 hace su entrada triunfal en Madrid poniendo fin a la influencia de Mariana de Austria.